Geologías
José Carlos Llop
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Siempre me he preguntado por la querencia de la mayoría de pintores mallorquines contemporáneos por la abstracción y el conceptualismo. Salvo algunas excepciones –curiosamente algunos de los más conocidos y valorados de entre todos ellos–, mis contemporáneos han optado por la abstracción. Lo cierto es que para ese afecto tan generalizado deben de existir distintas causas.

La primera que se me ocurre es Antoni Gelabert y su uso de la paleta –esos trazos geométricos de sus paisajes. Siendo algunos cuadros de Gelabert los mejores cuadros mallorquines de todos los tiempos, es lógico que ese umbral abriera a los pintores locales la vía del paisaje intelectualizado. La segunda es la presencia de Joan Miró en la isla como verdadera institución vanguardista y heterodoxa en la Mallorca de los Planes de Desarrollo. La pintura de Miró –contemplada como algo muy cercano– y, sobre todo, su vida entre nosotros posibilitaron el acercamiento a artistas como Motherwell o Calder y una conexión Maeght –vía Sala Pelaires– que no habría existido de no habitar Joan Miró en la isla.

La tercera es el rechazo de mis contemporáneos hacia la pintura escapista de paisajes y marinas a la que tan acostumbrados nos tuvieron los pintores en la época de la autocracia franquista.


En esa misma época –la de los pintores paisajistas confundiéndose en el desorden crítico de un orden impuesto– había que fijarse en otras vistas para abstraerse y al mismo tiempo indagar en lo abstracto. Las lentes de Spinoza contribuyeron a la filosofía y yo recuerdo una estufa de leña cuyas compuertas delanteras –aquéllas por donde se extraía la ceniza– tenían unas pequeñas ventanas hechas de cristales de mica.

A través de esas ventanas uno descubría la descomposición de la luz que producía el fuego y también la lenta descomposición –como si fueran elementos orgánicos– de aquellos cristales como láminas de celofán petrificado. En esa estufa –que se encontraba en el despacho de mi abuelo materno– di mis primeros pasos en el conocimiento de cierta plástica abstracta –más allá de Malevitch o Kandinsky– y en los efectos visuales de esa estufa pensé cuando vi, por vez primera, algunas pinturas de Concha Sampol.

Pensé en la transparencia jaspeada de la mica, en los fragmentos geométricos de la luz anaranjada, en la misteriosa geología del fuego. Y poco a poco fui adentrándome en un mar de hielo con bloques helados como buques que chocan entre sí y las grietas que se forman son ríos de cristal y en los buques blancos vemos vetas de colores tierra y minerales que resplandecen al fondo.


En las últimas pinturas de Concha Sampol ese paisaje -que antes estaba encerrado en el hielo es el verdadero paisaje. Hay algo italiano –casi pompeyano– en los colores de estos cuadros más recientes. Como si tras el estudio de los hielos hubiera surgido una civilización que el fuego ha arrasado con el tiempo, dejándonos lo esencial: la memoria del color. Y en el centro, a veces, un recuadro negro como una fisura en esa memoria, como una ausencia. "Entre tinieblas" es el título de una de sus cuadros. Y la tierra -o el agua- son las palabras de otros: "Toscana", "Ferro", "Agua", "L'Orangenie ", "Azul marino”... En esa memoria del color nace otra posibilidad de la abstracción mallorquina de Concha Sampol. Concha se va de la isla y regresa y cuando regresa ya se está yendo, de igual forma que cuando se va regresa. Eso es un rasgo tan insular como el deseo de estar donde no se está. Pero si en los primeros cuadros que vi de ella se encerraba un fatalismo marítimo, ahora es la voz de la tierra la que nos habla a través de ellos. Esa tierra que al abandonar por aire nos ofrece un puzzle de huertos –los del Pla de Sant Jordi– que antes fueron pantanos y los desecaron. En esos huertos cuarteados, me temo, que tan bien se divisan desde el avión que huye, está la última causa de esa querencia mallorquina por la abstracción y el conceptualismo. Su memoria del color hecha fragmentos, como fragmentos son los recuerdos de nuestra vida que van perdiéndose en el camino.

Palma de Mallorca, enero 2004

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